
Siempre se pueden encontrar docenas de razones para justificar por qué no has alcanzado tus sueños, tus metas. Evita las excusas y asume el 100% de la responsabilidad de tus resultados. Si miras a tu alrededor te darás cuenta de que no hay una sola persona quejándose y culpando a otros que haya logrado todas las cosas que quiere en la vida.
Depende solo de ti alcanzar cualquier meta, cualquier sueño, con el compromiso de estar dispuesto a hacer las cosas que tienes que hacer cuando las tienes que hacer, alejándote de tu zona de confort. Enfoca tu energía en avanzar, en vencer los retos que cada día la vida te trae, fortalece tu Determinación, persistencia y perseverancia ya que te permiten obtener mejores resultados.
Según el diccionario, “excusa” significa “motivo o pretexto para eludir una obligación o disculpar alguna omisión”. En base a esta definición podríamos afirmar que existen excusas más y menos ciertas, lo que abre una puerta a la siempre fértil creatividad. Y todas ellas están dirigidas a evitar enfrentarnos a una determinada situación, persona, o circunstancia que nos genera rechazo, malestar, desgana o simple pereza.
No podemos dudar de la utilidad de las excusas, si bien su efectividad no siempre alcanza los niveles deseados. Lo cierto es que en muchas ocasiones son una suerte de lubricante social, una especie de fórmula de cortesía. Existen para evitarle nuestra cruda verdad u opinión a nuestro interlocutor y, a la vez, eludir la posibilidad de ‘quedar mal’ o que éste se moleste. No en vano, las excusas son las grandes aliadas de cubrir las apariencias.
Entre la espada y la excusa
“El hombre realmente libre es aquel que puede rechazar una invitación a comer sin dar una excusa”, Jules Renard
La mayoría de seres humanos afirma valorar la honestidad, pero se permite a menudo la muletilla de la excusa.
Existen muchos tipos de excusas, posiblemente una para cada situación. Pero a grandes rasgos, las podemos dividir en dos grandes categorías: las que les contamos a los demás y las que nos contamos a nosotros mismos.
Utilizamos la excusa a menudo para evitar ver lo que tememos ver, sobre nosotros mismos y sobre nuestra propia vida. Por miedo, cansancio, desinterés, conformismo… Es más fácil mirar hacia otro lado que enfrentarnos a la realidad de una relación de pareja moribunda. O un trabajo drenante e insatisfactorio. O algún que otro problema familiar. Pero la excusa es cobarde. Nos ofrece confort y protección, una cierta sensación de tranquilidad, como la nana que nos cantamos antes de acostarnos para alejar las pesadillas. Pero no es más que una ilusión que nos lleva únicamente a perder el tiempo.
De ahí la importancia de poner a las excusas en su sitio. Pueden resultar muy convincentes y sibilinas, pero el esfuerzo de ir más allá de sus pretextos nos acerca a nuestra verdad, que no es más que nuestra capacidad de ser auténticos. Depende de nosotros dejar de excusarnos y dejar de ponernos excusas. ¿Cuántas veces nos repetimos que no podemos, que no somos capaces o que no tenemos las competencias para lograrlo? ¿Qué pasaría si en vez de pensar “¿y si no sale bien?” nos preguntásemos: “¿Y si sale bien?” En palabras de un antiguo proverbio árabe: “Quien quiere, encontrará un medio; quien no, una excusa”.