
Los recuerdos. Por regla general, en momentos de intensa alegría no nos detenemos a pensar: «Soy feliz» o «esto es alegría».
En tales momentos, somos tan conscientes del presente que no hacemos ningún intento de comparar su experiencia con otras experiencias. Por esta razón no lo nombramos, pues los nombres que no son simples exclamaciones se basan en comparaciones.
Hay, pues, dos maneras de comprender una experiencia.
La primera es compararla con los recuerdos de otras experiencias, y así nombrarla y definirla. Esto es interpretarla de acuerdo con lo muerto y el pasado. La segunda es tener conciencia de ella tal como es, como cuando, en la intensidad de la alegría, nos olvidamos del pasado y el futuro, dejamos que el presente lo sea todo y ni siquiera nos detenemos a pensar: «Soy feliz».
Ambas maneras de comprender tienen su utilidad, pero corresponden a la diferencia entre conocer una cosa mediante palabras y conocerla inmediatamente.
El mundo natural nos ofrece muchos ejemplos de la gran eficacia de ese camino. La filosofía china, de la que el judo es una expresión —el taoísmo— llamó la atención sobre el poder del agua para vencer todos los obstáculos por medio de su suavidad y adaptabilidad.
Mostró cómo el sauce sobrevive al duro pino en una tormenta de nieve, pues mientras las ramas inflexibles del pino soportan la nieve acumulada hasta que no pueden más y, se rompen, las ramas elásticas del sauce se doblan bajo su peso, arrojan la nieve y vuelven a su posición.
Si estamos nadando y una fuerte corriente se nos lleva, es fatal resistirse; debemos nadar con ella e irnos acercando gradualmente a la orilla. Quien se cae desde cierta altura con los miembros rígidos, se los romperá, pero si se relaja como un gato, saldrá indemne de la caída.
La mente tiene los mismos poderes, pues posee flexibilidad y puede absorber choques, igual que el agua o un cojín. Pero esta manera de ceder a una fuerza contraria no es en absoluto lo mismo que huir; un cuerpo de agua no se fuga cuando uno lo empuja, sino que cede en el punto en que empujamos y rodea la mano; un amortiguador de choques no se cae como un bolo cuando recibe un golpe, sino que cede y permanece en el mismo lugar.
Este peso es como una función de la mente, y aparece en ese fenómeno tan incomprendido de la pereza. Es muy significativo que las personas nerviosas y frustradas estén siempre ocupadas, incluso cuando no hacen nada, y tal ociosidad es la «pereza» del temor, no del reposo. Pero el conjunto de mente y cuerpo es un sistema que conserva y acumula energía. Mientras hace esto, su pereza es apropiada.
Cuando la energía se almacena, es justo que se mueva —pero que se mueva diestramente— siguiendo la línea de la mínima resistencia. Así, no es sólo la necesidad, sino también la pereza, la madre de la invención.
Debemos repetir: la memoria, el pensamiento, el lenguaje y la lógica son esenciales para la vida humana. Son sólo la mitad de la cordura. Pero una persona, una sociedad que está sólo medio cuerda, es que está loca.
Mirar la vida sin palabras no es perder la capacidad de formar palabras…, pensar, recordar y planear. Permanecer silencioso no es perder la propia lengua. Al contrario, sólo por medio del silencio podemos descubrir algo nuevo de qué hablar.
Quien habla incesantemente, sin detenerse a mirar y escuchar, se repetirá a sí mismo. Ocurre lo mismo con el pensamiento, que es en realidad una manera de hablar en silencio.
Por sí mismo no está abierto al descubrimiento de nada nuevo, pues sus únicas novedades no son más que nuevos arreglos de palabras e ideas antiguas.
Hoy, casi todas las palabras nuevas son nuevos arreglos de palabras viejas, pues ya no pensamos creativamente.
Para la mayoría de nosotros, la otra mitad de la cordura radica sencillamente en ver lo desconocido y disfrutarlo, tal como podemos disfrutar de la música sin saber cómo se escribe o cómo la escucha el cuerpo.
Desde luego, el pensador debe ir más allá del pensamiento. Sabe que casi todas las mejores ideas se le ocurren cuando ha dejado de pensar.
Puede haberse esforzado para comprender un problema usando las maneras antiguas de pensar, sólo para descubrir que es imposible. Los recuerdos hacen que cese el pensamiento, la mente queda abierta para ver el problema tal como es —no como se verbaliza— y se comprende en seguida. Sin embargo, ir más allá del pensamiento no es algo reservado a los hombres de genio, sino que está abierto a todos nosotros en la medida en que «el misterio de la vida no es un problema a resolver, sino una realidad a experimentar».